El 2020 fue un año atípico, tanto que ni hace falta que yo me explaye aquí sobre el tema. Por lo que sólo voy a mencionar, muy al pasar, que la pandemia y el confinamiento preventivo obligatorio afectó todos y cada uno de nuestros hábitos. Este giro de los acontecimientos también modificó la manera de dar clases, la relación docente-alumnos y las formas de enseñar y aprender. Es cierto que se perdió/perdimos el espacio áulico tal como lo conocíamos, la cercanía física, el poder mirarnos y que a través de las pantallas es más difícil generar una sinergia.

 Pero sería injusto decir que es imposible, que toda comunicación más personal quedó negada. En lo personal, la obligación de explorar nuevas vías a fines a mantener un contacto estrecho con mis alumnos me llevó a explorar otras formas de contar; pudimos llevar adelante los contenidos del programa, alcanzar los objetivos propuestos y además más de una vez logré sentir que, a pesar de la distancia física y la atomización del espacio, estábamos cerca, muy cerca, tanto como para pensarnos y apapacharnos en esas circunstancias extrañas y para muchos, extremas.

 Pasarán los años, probablemente nos acostumbremos a la “bi-modalidad” presencial + virtual, a la presencia cada vez más intensa de la tecnología en nuestras vidas, internalicemos y normalicemos la comunicación multimediada por dispositivos varios.

Y está bien; son estrategias de adaptación válidas y necesarias.

 Pero no quisiera olvidar ese primer año, el shock, el esfuerzo y la impacto que tuvo en muchos de nosotros parar para pensar, para descubrir, para inventar nuevas formas de existencia. Es por eso que recupero este texto que les escribí y leí a mis alumnos al finalizar el cuatrimestre.

 Todos los años, cuando con mi adscripta empezamos el trabajo de edición y selección para la muestra de fotografías que se hace al final del cuatrimestre, nos concentramos en el trabajo de edición del material producido y constatamos la necesidad de hacer un trabajo más sutil, que consiste en tratar de encontrar un hilo común a estas pequeñas narraciones que hacen nuestros estudiantes. A veces es más fácil, la trama de intereses y temas abordados se revela clara ante nuestra mirada, el proceso es más simple, en tanto que otras veces hay que mirar con más atención para des-cubrir el corazón de esos decires que afloran a través del espacio áulico.

En eso estábamos cuando, a dos clases de terminar el cursado y mientras mirábamos las fotos, salió el tema de lo difícil que fueron estos meses y escuché una expresión que ya vengo oyendo en otros lugares, por otras personas y que, considero, estaría bueno re-visar. “Qué año tan difícil; es para el olvido. Es un año perdido”, dijo alguien suspirando y varios asintieron.

Si bien el comentario en cuestión no tiene nada que ver con la materia y los contenidos del espacio curricular, sí tiene que ver con nosotros, con nuestras vidas y con cómo hemos transitado este espacio. Y entre las cosas que han pasado es que se han roto -o por lo menos diluido- ciertas fronteras entre lo público/privado. Así, la distancia entre mi espacio profesional de docente y mi espacio personal familiar quedó muchas veces anulada.

Yo no pude ‘espiarlos’ a Uds. que tenían la mayoría de las veces la cámara apagada, pero en cambio Uds. sí saben de color tengo pintada mi casa, cómo son mis hijos, que hay una gata dando vueltas por ahí, han vislumbrado los libros que tengo a mano… En fin, menudencias que en otras circunstancias más normales hubieran quedado desdibujadas. Y saben también que en el escritorio de mi pc de trabajo suelo tener unas imágenes y que las cambio con bastante frecuencia, según el día y el humor de quien hoy les lee estas líneas.

Y esas figuritas son, casi siempre, cartas de tarot. Y cuando los escuchaba hablar sobre este año me acordé de una carta en particular que se llama “El colgado”, conocida también como Arcano XII y que remite a una tortura que era muy común en el medioevo.

Vimos en clases –y espero que lo recuerden- que la representación del dolor y del espanto es muy anterior a la invención fotografía y al género fotoperiodístico. Entre otras cosas, calculo yo, porque los seres humanos para existir, comprender lo que nos pasa y dar sentido a nuestras experiencias necesitamos contarnos, narrarnos más allá de las tecnologías disponibles. Y nuestras experiencias también incluyen el dolor, la ansiedad y el miedo. Entonces encontramos dibujos y grabados como los que vimos de Goya y en el tarot, que también es un sistema visual, encontramos el arquetipo del colgadito.

¿Y por qué me acordé de él mientras Uds. hablaban de lo difícil y cuesta arriba que ha sido todo este año??

En la edad media se acostumbraba a colgar de los pies a los traidores -de hecho, en algunas cartas italianas al Arcano XII se lo llama Il Traditore-; este castigo no era tanto un instrumento de muerte sino más bien un «ponerlo en ridículo». Girado, indefenso, frustrado, imposibilitado, el sujeto en cuestión se veía sometido, por fuerza ajena, a un tremendo baño de humildad y aceptación.

Una invitación a aceptar algo forzada, es cierto, pero bastante eficiente.  

A la izquierda, el triunfo del Colgado. Tarot de Catelyn Geoffrey;
a la derecha, en una edición Chronick wirdiger thaaten Beschreybung de Johannes Stumpf (1586).

Si miramos la figura que está colgada de las patas, vemos que en muchas versiones las
piernas forman una cruz sobre un triángulo (cabeza y brazos), lo cual simboliza el descenso
de la luz en la oscuridad, la redención de las tinieblas mediante el sacrificio.

Versiones de El colgado, Tarot de Marsella

Tras varios meses de pandemia, cuarentena, en-cerrados, quietos, nos sentimos de alguna
manera suspendidos. Y así, colgados y patas pa’arriba sentimos que el mundo se ha vuelto
inhóspito, que no avanzamos, que no resolvemos, que no somos productivos…
que no
que no
que no

Y, sin embargo, si somos capaces de entregamos a la experiencia, puede que con el tiempo
descubramos que este período extraño fue crucial en nuestro camino de aprendizaje. Claro
que hablamos de renuncias, pruebas, sacrificio, también quedan en evidencia las ataduras
que no pudimos desanudar…Y eso duele. Mucho.

Pero si somos capaces de sostener la incertidumbre podremos descubrir que no todo es
tristeza, dolor y agotamiento; el colgado trae consigo una nueva manera de ver. La
incomodidad de estar patas pa ́arriba tiene premio: los pies en el cielo nos dan alas y la
cabeza en la tierra favorece el surgimiento de nuevas ideas. La inversión física favorece una
nueva comprensión de los hechos. Luego de un tiempo en «suspense» la vida solita se
ocupará de descolgarnos. Y volveremos a andar y ya nada será igual.

Por suerte: Porque ahora sabemos el precio de nuestras renuncias, porque pudimos ver el
revés de la trama. Porque nuestro entendimiento en más completo. Y es desde esa
experiencia enriquecedora que vamos a redefinir nuestros propósitos para el próximo tramo del camino.

Candelaria 2020.

A la izquierda, El colgado según la versión clásica Tarot de Rider; En el medio la versión según Tarot Mucha y a
la derecha The hanged man en The simple tarot, por Angie Green

Ayer fue 17 de agosto, a nivel colectivo en esta Argentina se recuerda la muerte del General San Martín, en lo personal yo conmemoro el nacimiento de mi papá. Y si  estuviera vivo muy probablemente habríamos hecho alguna comilona para celebrar. Si bien mi papá era de los que creían que uno se muere y ya, se convierte en pastito y  punto, yo sigo teniendo muy presente su mirada clara, sus manos de laburante  capaces de convertir una piedra cualunque en un castillo encantado. Y su sensibilidad  ante la belleza, mi papá era un tipo que amaba la belleza del mundo. Lo extraño. 

Lo extraño activamente: 

A veces que me gustaría que estuviera para interrogarlo sobre esos temitas tan zonzos  que nos atraviesan, una nada; el amor, la vida y la muerte. Otras, para confrontarlo y  putearlo un poco como suele suceder en una relación padre-hija y otras muchas veces  sólo desearía estar con él.  

Y en esos casos me embarga la pena y  

«tanto dolor se agrupa en mi costado, 

que por doler me duele hasta el aliento»,  

me lamento junto a un adolorido Miguel Hernández. 

………..Pero no puedo ni quiero quedarme sólo en la pena………..No sería bueno, ni  justo. Porque hay muertos que son eso: sólo muertos y ausencias; y hay muertos que  alumbran caminos.  

He tenido la suerte der ser hija de un buen hombre. Insisto: De un buen hombre. De su  mano aprendí que el mundo es ancho, generoso y que hay lugar para todos, me enseño  que la libertad es un derecho complicado, costoso y a veces doloroso, pero  irrenunciable. Que uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene la posibilidad de no  hacer lo que no quiere.  

Y que cuando todo se va al carajo, todavía nos quedan los amaneceres y la risa. La risa  bien entendida que empieza por casa y por uno.  

No es todo lo que quisiera; pero es bastante más que nada.  

Bien mirado, es casi casi un montón.

Así que, a tantos años de su muerte, celebro su vida.  

Descansemos y seamos en paz. Amén. 

Candelaria, tu hija que tanto que ha querido. 

Antonio César Mateo Magliano

Discurso pronunciado para el Acto de Graduación de la Lic. en Comunicación Social. Colegio Universitario de Periodismo Obispo Trejo y Sanabria – Forja. Cba. 2009. 

Aunque el mundo fuera a acabarse mañana, yo –todavía hoy- plantaría un árbol. Esta frase de Martin L. King fue lo primero que me vino a la cabeza cuando me pidieron  que escribiera el discurso para este acto. Bueno, lo primero que pensé apenas pude  reacomodar mi mandíbula y poner alguna neurona en funcionamiento, claro.  Un discurso ¿yo? ¿A quién? ¿Y para decir qué? Uno sólo puede decir y hacer desde lo  que es; así que desde ya pido disculpas por la inevitable autoreferencialidad y porque  en realidad tengo dos pésimas noticias para contarles.  

Pero vamos por partes; antes de comenzar felicitaciones por el título. Por lo aprendido,  por la perseverancia, por la culminación de UN período de aprendizaje. Por todo eso y  tanto más propongo un aplauso.  

(aplausos) 

………………………………. 

Y ahora las malas noticias que prometí: La primera es que no somos unos mártires del  saber y del sacrificio académico, sino más bien unos privilegiados.  Independientemente del grado de esfuerzo, que sin duda existió, que cada uno de  nosotros haya hecho para poder estar hoy acá, lo cierto es que poder acceder a  estudios terciarios y/o universitarios es un privilegio. Considero que no es necesario  abrumarnos justo ahora con datos sobre la desigualdad en materia de derechos en  general y de la educación en particular. Por lo que me voy a concentrar en la idea de  PRIVILEGIO. Algunos sinónimos de esta palabra son: gracia, concesión, ventaja,  distinción, entre otras. Por lo tanto un privilegiado es un agraciado, un aventajado, un  protegido, distinguido. Alguien que ha recibido favores. Suena fantástico. Tan  fantástico que, por lógica, tanta maravilla no puede ser gratis.  

Yo me enteré que era una privilegiada a los 13 años. Me lo dijo mi abuelo de manera  clara y contundente con un buen tirón de orejas y una patada en el culo “Explicame  cómo es que te llevaste inglés a marzo” y durante todo el trayecto desde su oficina  hasta la casa de la profesora particular que me iba a preparar me sermoneaba: que  hasta ahora yo había tenido una casa, comida, salud, colegio. Que todo eso está muy  bien y así debe ser, pero que qué me pensaba yo. ¿Qué todo es un puro recibir? “No  señorita, le informo que cuando uno ha tenido la suerte de disfrutar de mucho tiene la  obligación de dar mucho. Y no a mí, ni a tus padres: devolverás a tus congéneres y a los  que vendrán y para eso hay que asumir responsabilidades”. 

De esta manera tan poco glamorosa, arrastrada por las calles del centro y boqueando  como pescadito fuera del agua el viejo me enseñó una de las pocas cosas que sé: que  los seres humanos crecemos y nos nutrimos en gran parte gracias a nuestros  antecesores y que a partir de un cierto momento nos corresponde pensar, formarnos y  sembrar para los que vendrán.  

Y ahora la segunda mala noticia: Suponiendo que estamos totalmente de acuerdo con  estas reglas de juego, con esta especie de ley de vida. Y que por tanto uno asume que  muy bien, estudié, me formé, me preparé y por tanto estoy listo y deseoso para  empezar a dar. Para estar y ser en el mundo no sólo para mí, sino también para otros.  

Y entonces, título en mano, uno sale a buscar trabajo.  

En este punto la cosa se complica. Porque el mundo en general está tan…desordenado  que por un lado reclama trabajo en un sentido amplio. Hay mucho, muchísimo por  hacer. Pero al mismo tiempo pareciera que los caminos y las vías están un tanto  colapsadas y da la sensación que cada dos cuadras hay que pagar peaje y que uno nunca llega a ningún lado o llega “siempre tarde, donde nunca pasa nada”.  

Para hacer ¡BINGO! y completar el panorama los pronósticos para los próximos años  no son del todo alentadores.  

Frente a esto hay diversas opciones:  

  1. Sentarse a llorar. 
  2. Venderse al mejor postor. O alienarse, resignarse. 
  3. Pensar qué quisiera para la próxima reencarnación. Yo, por ejemplo, decidí que  para la próxima me toca ser alta, rubia y nacer en Suiza, porque la verdad, tanta  argentinidad todo el tiempo al palo me agobia un poquito.  

El detalle es que hasta que reencarnemos, si es que eso fuera posible, cada quién con  sus sueños, tenemos como una pila de años por delante acá. Y ni lloriquear, ni  vendernos, ni fantasear con posibles futuras vidas son respuestas lúcidas al desafío  que conlleva crecer con todo lo que esto implica: mantener la cordura, aún en medio  de la locura, la claridad en medio de tantos grises sospechosos, construir y cuidar un  espacio de paz, en medio de tanta violencia. Renovar cada día la esperanza de que el  mundo en el que vivimos puede ser mejor y más bello y proteger nuestro derecho a la  alegría. Aferrarnos a él con uñas y dientes. Instalarnos en el deseo de un buen-vivir.  

Por suerte hay modelos, buena gente de quien aprender. 

Todas las épocas, todos los tiempos con sus más y sus menos implicaron un desafío.  No somos los primeros ni seremos los últimos en sentir esa colisión interna que se  produce cuando las ganas de ser y hacer no encuentran su camino claro y abierto.  En esos momentos es bueno recordar que siempre, siempre hubo alguien, que -aún en  medio del caos, cuando todo parecía derrumbarse-, eligió plantar árboles.  Que gracias a ellos existen jardines donde reponer el cuerpo y el alma y que el gran  chiste de vivir estará en nuestra capacidad para gozarlos, cuidarlos y engrandecerlos.  Así sea. 

 

PH: Candelaria Magliano – Cba., 2020